Somos Maurizio y Paola y estamos felices de testimoniar los milagros que Dios realizó en nuestra vida. Dios se manifestó en mi vida a través de Madre Elvira. En aquel tiempo, hace 27 años, me escribió una carta a la cárcel; yo no la conocía pero mis padres se habían puesto en contacto con ella. Me escribió muchas verdades directas, sin diplomacia. Luego de un año de cárcel, entendí que ella me amaba al decirme la verdad en la cara. Cuando salí de la cárcel y estaba con arresto domiciliario en casa, ella vino a verme. Le dije: “¡Pero hermana, usted me habla de fe, pero yo no tengo fe!” Y ella me respondió: “¡No te preocupes, yo sí, confía en nosotros!” Con mucho orgullo yo respondí: “¡Pero si yo no creo en Dios, como voy a creer en una religiosa!” Y ella: “¡Dios cree en ti!” Así comenzó a cambiar mi vida. Entré en la Comunidad, hice el camino y después Dios me hizo el mejor regalo de mi vida: mi mujer, Paoletta. Nos casamos felices y queríamos tener muchos hijos pero luego de tres años de matrimonio descubrimos que no podíamos. Paola quedaba embarazada pero al tercer o cuarto mes de gestación lo “perdía”, así tres niños fueron al cielo. Los médicos nos dijeron que tomáramos precaución porque Paola arriesgaba su salud. En ese período estábamos en Brasil como misioneros, para “restituir” a Dios todos los dones recibidos trabajando un año con los niños de la calle. Tuvimos una crisis: “¡Mama mía, nosotros recibimos niños que los padres no desean y nosotros no podemos tener hijos! ¿Dios no puede hacer un milagro con nosotros?” Decidimos intensificar la oración preguntando a Dios qué quería de nosotros y fue muy bello descubrir en la oración, juntos, que Dios nos quería en Brasil: todavía no estábamos listos para tener un hijo “nuestro”, y Dios que lo sabía, nos preparaba. Entonces pensamos decirle un “sí” a Dios y a esos niños pensándolos como nuestros, un “ sí” hecho de incoherencias, de debilidad, de pobreza, pero que tratamos de renovarlo todos los días desde hace 17 años. Paola decidió no tomar más remedios salvo la Eucaristía todos los días en la Santa Misa. Luego de nueve meses de este “sí” nació Francesco, después Stefano, después nació Tomás, después Felipe, después Lorenzo y finalmente Juan Pablo. ¡Sólo podíamos agradecer! La fe crece y se refuerza a través de las obras de amor, así con todos nuestros límites, tratamos de dedicar nuestra vida a los niños del Brasil, que hoy en la misión son ochenta. Tomamos esta decisión porque comprendimos que el servicio es el camino más corto para llegar a Jesús. Después sucedió otro milagro. Hace seis años llegaron seis hermanitos brasileros a la misión. El más pequeño, Samuel, tenía 2 años, el mayor, Daniel, tenía 10. Cuando son pequeños los adoptan rápido, pero no había ninguna familia tan “loca” como para adoptar seis. Entonces el juez nos dijo que los preparáramos para darlos en adopción por separado. Cuando se los dijimos se pusieron a llorar y nos pidieron que no los separáramos. Mi mujer y yo le pedimos un signo a Dios. Yo no había hablado con Paola ni ella conmigo. Le di a Jesús mi disponibilidad frente a la Eucaristía: “Si Tú quieres, yo estoy aquí, pero tiene que confirmarlo Madre Elvira y Tú se lo tienes que decir a Paola.” Habíamos mandado un mail a Italia para ver si se conseguía una familia dispuesta a adoptar seis niños. En la Vigilia Pascual de ese año, Padre Stefano tuvo una luz, habló con Madre Elvira, y luego contestó: “Rezamos y buscamos, pero no encontramos a la familia. ¿No pueden ser ustedes los padres de estos niños?” Conmovido, corrí hasta Paola y le leí el mail: “¡Paola, lo aconseja Madre Elvira!” Y Paola con lágrimas en los ojos me dijo: “¿Sabes que yo se lo había pedido a Dios?” Así, nos preparó y nos da la fuerza hasta hoy para educar estos maravillosos hijos.