Ana

 

Me llamo Ana y soy de Croacia. Cuando miro hacia atrás y pienso en mi vida pasada, jamás hubiera imaginado que fuera posible ser una persona nueva. ¡Para mí era imposible, pero hoy puedo testimoniar que con Dios todo es posible! Crecí en una bella familia con padre, madre y un hermano mayor. Mis padres se esforzaban para que no nos falte nada, pero no nos pudieron proteger de algunas situaciones: la guerra en la ex Yugoslavia, mi tierra, por lo que nos tuvimos que mudar y estar separados de mi padre por dos años. Sufrimos mucho esperando el momento de volver a estar juntos. Mi madre fue siempre un gran ejemplo: me educaba bien, transmitiéndome los verdaderos valores de la vida y de la mujer. Cuando era niña iba a la Iglesia y cantaba en el coro, tenía muchos buenos deseos en el corazón, pero las heridas que tenía y el vacío interior me hicieron tratar de escapar de los sufrimientos que no podía enfrentar. Mi primera fuga no fue con la dependencia, esa vino después, sino de la escuela. Recuerdo un día en que no tenía ganas de estudiar y falté a la escuela a escondidas. Al principio la “fuga” me parecía buena idea, pero la consecuencia fue que sentía que el vacío interior crecía. No me respetaba y comencé a escaparme en diversas direcciones equivocadas. Mis padres no se daban cuenta de mis problemas porque todavía las notas en la escuela eran buenas y yo, por afuera, parecía una buena chica. En la adolescencia me surgieron muchos complejos y sentimientos de inferioridad con respecto a los demás. No estaba bien conmigo misma, siempre quería ser otra persona. Y así seguía, perdiéndome cada vez más en la confusión. A los 21 años probé la droga y después los medicamentos de los que terminé haciéndome dependiente. Mis padres en seguida notaron que algo andaba mal y una vez que descubrieron el problema trataron de ayudarme de diversas maneras: con psicólogo, terapia…pero eran ayudas parciales porque en realidad no necesitaba otras medicinas ni terapias, sino de aprender a vivir. Después de tres años de este “estilo de vida” estaba destruida por dentro. En ese momento de necesidad me acerqué a un sacerdote, amigo de la familia y él me propuso la Comunidad. No quería saber nada porque me parecía que iba a recaer una vez más luego de tantas otras. Pero hoy agradezco a Dios y a mis padres que fueron firmes para salvarme la vida. Entré con la idea de quedarme seis meses. Los primeros tiempos fueron muy difíciles: a menudo quería dejar todo y mandarme a mudar, como siempre había hecho frente a una dificultad, pero la amistad con las chicas y el apoyo de mis padres me dieron la fuerza para quedarme. Los primeros grandes cambios interiores ocurrieron cuando encontré la verdad de Dios. Nunca olvidaré un momento en el que junto a todas las chicas nos reunimos en la capilla y cada una abrió su corazón compartiendo en la verdad lo que más le pesaba. Yo llevaba dentro de mí muchas cosas que me hacían mal y que necesitaba sacar afuera. Cuando lo hice sentí el amor de las chicas porque ninguna me criticó por todos los errores que había cometido, sino que me abrazaron y me dieron ánimo para continuar en el camino. En ese momento sentí una liberación que ninguna medicina me había podido dar y entonces decidí no vivir más en la falsedad y elegir la verdad para toda mi vida. Después, paso a paso, en la adoración nocturna, donde aprendí a hablar con Jesús y escucharlo, se fue dando la conversión. Con Él encontré la fuerza para no abandonar y seguir el camino, superando “mi proyecto” de 6 meses. Cuanto más pasaba el tiempo, más ganas tenía de vivir en el bien. Cuando aprendí a “estar de pie”, fui “ángel custodio”, teniendo a cargo una joven que acababa de entrar. Al entregarme, sentí plenitud interior y que mi vida cobraba sentido. Hoy vivo en una casa bella, con chicas, los niños, familias y algunos jóvenes. En los últimos meses he tenido el don de que me encarguen cuidar a los niños, algo que deseaba mucho: donándoles mi vida, recibo mucho más. Me ayudan a salir de mí misma y de mi egoísmo y crecen mis ganas de vivir. Agradezco mucho a todas las personas que me ayudaron a cambiar de vida, a mis padres y a nuestra Madre Elvira que donó su vida creyendo en nosotros.
Gracias, Señor, porque estaba muerta por dentro y hoy me siento una mujer resucitada ¡viva otra vez!
¡Gracias, Señor, por todo y por siempre!

Ana