Me llamo hermana Marica, entré en la Comunidad porque la conocí por un tío mío que había vivido un tiempo en el Cenacolo, y después, la primera vez que miré a los ojos a Madre Elvira, sentí la mirada de Jesús, y cuando escuché su voz y sus palabras, todo lo que decía era como una espada que me traspasaba el corazón y que en seguida la sentí como verdadera para mi vida. Crecí en una bella familia, en mi casa se respiraba el amor de mis padres y de mi hermano; aún en los momentos difíciles y de sufrimiento siempre estuvimos unidos y juntos. Tenía un buen trabajo, un novio muy bueno con quien nos íbamos a casar y muchos amigos. Pensaba que trabajar e ir a Misa los domingos y las fiestas importantes era suficiente. Creía en Dios, nos habían educado en la fe pero cuando escuché a Madre Elvira hablar de verdad, coherencia, radicalidad, comprendí que todo lo que había vivido hasta ese momento era una gran contradicción; decía que creía, pero en realidad mi vida cristiana no era auténtica, en el fondo del corazón tenía la sensación de que seguía a la “masa” y buscaba con ansiedad algo por lo que valiese verdaderamente entregar la vida. Luego de muchas oraciones de mi madre y de una peregrinación a Medjugorje, escuché a Madre Elvira hablar a los jóvenes sobre el matrimonio, y la vida en común. Sus palabras eran muy fuertes y concretas y comprendí que me había equivocado en todo, que debía comenzar desde el principio, que debía cambiar y ser coherente con mi fe. Los testimonios de los chicos, sus rostros luminosos, me cuestionaban interiormente y me preguntaba: ¿por qué ellos son tan felices? ¿Qué tienen ellos que yo no tengo? Quería ir a ver cómo se vivía en la Comunidad, tenía necesidad de tocarlo con mi mano. Entonces dejé el trabajo, no me casé, y decidí hacer una experiencia de tres meses, luego de la cual entraría en la facultad para hacer la carrera de enfermería. Siempre había querido estudiar esto, desde los 12 años, pero lo dejaba atrás. En el camino de la Comunidad, poco a poco fui descubriendo lo que verdaderamente era muy importante para mí; afuera no me faltaba nada, tenía todo, pero justamente ese todo hecho de cosas, ya no me bastaba más, porque en el fondo solo el amor de Dios podía llenar mi corazón; solo el encuentro con Jesús, verdaderamente vivo y humano, me daba una verdadera alegría interior, una alegría que yo no había vivido antes.
Lo descubrí viviendo en la oración, simplemente con las chicas, sin celular, sin dinero en el bolsillo, sin novio, sin auto, sin cosas, pero con una fuerza interior que me hacía ir adelante aún en el cansancio porque poco a poco me liberaba de mi encierro, de mis miedos, mi timidez, finalmente me podía conocer a mí misma, mis pobrezas y mis dones, para saber qué era lo que quería. Solo tenía un temor: ¿Qué querrá Jesús de mí? Todos los días sentía ese martilleo; cuando estaba en la fraternidad de Lourdes, creí en las palabras de Madre Elvira que decía que Jesús a la noche se conmueve, y comencé a hacer adoración todas las noches de una a dos, para pedirle a Él, para hablar con Él, también llorando y gritando. Así nació una profunda amistad con Jesús. En el corazón me sentía atribulada, sabía que Jesús me pedía más, pero no estaba pronta para eso. El Señor tuvo mucha paciencia conmigo, respetando mis tiempos (…te llevaré al desierto y te hablaré al corazón) Eso era lo que sentía y me preguntaba: ¿Será Él que me llama? ¿Pero cómo se hace…podré? Y entonces le dije: Si estás vivo, conquístame. Delante al tabernáculo y en la vida fraterna, sentí que tenía que extender mis horizontes, necesitaba estar con todos, estar con muchos, ser para todos. Así, dije mi ‘SÍ’ a la vida consagrada con mucha alegría en el corazón, sintiendo finalmente que me quedaba bien el hábito, que era lo mío.
Hoy siento que soy una mujer resucitada, feliz, realizada, recibí tanto de la Comunidad en estos años, también en la Misión en Perú con los niños, las tías, los tíos, las hermanas, las familias, la gente, los pobres, justo esas realidades en las que están todos, me han dado la oportunidad de saborear aún más la alegría de aprender a Amar y a Servir, a correr, a no ponerme límites, a aprender a sufrir más, a pedirle siempre más a mi vida. ¡Sin duda que son los años más plenos y más bellos de mi vida y por eso me siento muy afortunada y agradecida al Señor! También, el don de poder estudiar y recibirme de enfermera allá me fortificó, me ayudó a ser constante, a perseverar, a no abandonar, a compartir más las alegrías y los dolores de los enfermos, de los niños, de los pobres, aprendiendo de ellos, en su escuela. Jesús sabía todo y escucho ese deseo de mi corazón.
¡Agradezco a Madre Elvira y a toda la Comunidad por poder formar parte de esta historia, agradezco mucho a la Santísima Virgen por haberme guiado, acompañado, por haberme indicado el camino!
Sor Marica