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Antonia y Joaquín |
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Somos Antonia y Joaquín y hace años que vivimos en la misión de Catú, en el estado de San Salvador de Bahía, Brasil.
A mí, Antonia, en los años que hice el camino para renacer en las fraternidades femeninas, me nació el deseo de construir una familia. Era un deseo nacido en la oración. Un día me encontré con Madre Elvira. Le abrí mi corazón y le conté mi deseo. En seguida me sentí bien recibida y me dijo estas palabras que quedaron impresas en mi corazón: “Antes de enamorarte de un hombre debes enamorarte de Dios, porque Dios es quien los ayudará a permanecer unidos en las dificultades.” Cuando rezaba, le pedía a Jesús conocer un joven con el que pudiera compartir el don de la Comunidad y finalmente llegó… Joaquín!
Para mí, Joaquín, el encuentro con la Comunidad fue a través de la droga de mi hermano. Cando la vi a Madre Elvira vi a una mujer fuerte y decidida, pero sobre todo una luz que nunca había visto antes. Luego de un poco de lucha interior, tuve el coraje de entrar en la Comunidad. Yo también tenía necesidad de encontrar esa luz. En el camino descubrí la belleza de la verdadera vida y de la oración: eran los cimientos que le faltaban a mi vida. Durante el camino, sentí muy fuerte el deseo de formar una familia cristiana, y así, luego de estar un tiempo en la misión de Bahía, en Brasil, encontré a Antonia. Nos conocimos y con mucho respeto y amistad, nació el amor entre nosotros, basado en la confianza en Dios y en la Comunidad. La vida comunitaria nos pidió muchos sacrificios, como, por ejemplo, un período de alejamiento, pero estábamos seguros que todo esto nos ayudaría a construir nuestra casa sobre la “roca”.
Llegó el día bendito de nuestro casamiento: allí, Madre Elvira, después de habernos “bendecido”, nos hizo abrir los brazos diciendo: “Abrazarán muchos niños!” En ese momento, no entendíamos, pero esas palabras hoy son nuestra realidad: vivimos en una tierra de misión, poniendo nuestra vida al servicio de los más pequeños. Ser una familia misionera es un gran don. Todos los días tenemos la posibilidad de amar y perdonar, aprendiendo a abandonarnos a la voluntad del Señor día tras día.
Luego de años de espera, oración y esperanza, llegó la gracia del nacimiento de nuestro hijo Daniel, pero antes que él llegó Iván y luego Josivan, niños abandonados de la misión, que los adoptamos, hijos que nos llenaron el corazón, dándonos la alegría de “abrir” nuestra familia, descubriendo el don de la paternidad y la maternidad del corazón. Somos una familia feliz porque en nuestro camino aprendimos a confiar y a abandonarnos al amor de Dios y a su Divina providencia. Nos sentimos muy amados por los jóvenes misioneros, por los niños y las hermanas que viven con nosotros en la misión. Estamos muy agradecidos a Dios por el don precioso y especial de sus vidas. Agradecemos de manera especial a Madre Elvira que nos enseñó a amar, amar, amar…y servir: ¡este es el secreto de una vida en plenitud!