Miguel Ángel |
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Buen día para todos, me llamo Miguel Ángel, soy español y estoy muy contento de poder contarles mi vida. Mi mamá murió cuando yo tenía 8 años y mi padre se casó de nuevo un año después, con la mujer que tenía que “sustituir” a mi mamá, pero yo no la aceptaba. Tengo dos hermanos mayores a los que siempre he admirado y respetado por su madurez. Vivía con mi padre, su mujer y sus hijos, pero no con mis hermanos. Cuando mi papá discutía con ella nos refugiábamos en casa de mis hermanos y eso me hacía muy feliz. Me duraba poco y regresábamos a lo de su mujer. Estas cosas me hicieron vivir con la sensación de que éramos una familia distinta, no como la de mis amigos, sentía que rebotaba de acá para allá, entonces comenzaron mis primeras máscaras. Les hacía creer que todo estaba bien pero ya empecé a robar dinero en casa para gastarlo con mis amigos; en el fondo trataba de llenar mis vacíos, buscaba la atención que no encontraba en casa.
En la adolescencia frecuentaba chicos más grandes que yo y me sentía “alguien”; a los 14 ya conocí todas las drogas hasta la heroína, que me daba miedo. Dejé los estudios y a los 16 años empecé a trabajar. Usaba cocaína casi todos los días, no me alcanzaba lo que ganaba, así que continuaba robando y engañando a todos. No me importaba nada de nadie y me transformé en lo que nunca hubiera querido ser, un drogadicto. A los 22 años entré en una comunidad terapéutica con medicación, entré y salí tres veces, siempre recayendo. Finalmente, usando la “temida” heroína toqué fondo, era una persona muerta por dentro. Ya no tenía ganas de luchar, de vivir.
Un día uno de mis hermanos me habló porque había conocido la Comunidad Cenacolo en Lourdes. Al principio no quería escuchar nada pero un año después la Comunidad volvió a mi camino y decidí entrar. El hecho de que no sea una “terapia” me llamó la atención y me intrigaba cómo sería. Ingresé en Lourdes y hoy, al mirar para atrás, veo que fue la mejor elección de mi vida. Cuando tenía 6 meses de Comunidad no podía más y tenía dentro de mí una angustia que jamás había experimentado: los años de oscuridad habían aplastado todos mis sentimientos, sólo pensar en escaparme de la dificultad ya me daba paz, pero veía con claridad cómo terminaría, entonces decidí ir a la capilla y pedir ayuda a Dios. Por primera vez grité muy fuerte y Él me escuchó: no me ayudó como yo esperaba, no me sacó la cruz, me ayudó a llevarla y a creer que verdaderamente hay un Dios que escucha.
A partir de ahí mi camino fue pleno de crecimiento. El momento más significativo fue cuando fui en “verífica” por segunda vez. Pensaba que ya era un “cenacolino” perfecto, pero todo se derrumbó, viví grandes dificultades, pero decidí levantarme.
Seguí mi camino y ahora agradezco a Dios porque descubrí que mi vida es preciosa a sus ojos. Allí empecé un verdadero camino interior y luego de un tiempo le escribí una carta a mi padre, él nunca había venido a la Comunidad y cuando yo iba a casa la única manera de verlo era en el bar. Le dije cuánto lo amaba y le pedí que me perdone por todo lo que le había ocasionado y que estaba orgulloso de que sea mi padre. En el siguiente encuentro vi a mi hermano mayor y me dijo que mi padre lo había llamado para contarle de la carta y que no podía hablar, solo lloraba. Lo llamé por teléfono y le volví a decir lo mismo, sintiendo que lo había perdonado. Sentí que se cerraba una herida profunda en mí y en él. Doy gracias a Dios porque hoy puedo decir que a través de esta cruz pesada ha cambiado mi corazón, mi vida.
¡Hoy me siento un verdadero hijo de Dios, resucitado! ¡Gracias…los quiero!