Michela

 

michela“No basta con no hacer el mal para ser buena. Comprendí que la alegría viene cuando haces algo por el otro, comenzando por pequeños gestos de amor.”

Me llamo Michela, tengo 22 años, soy italiana. Siempre pensé que mi historia era muy común y que no valía la pena contarla, pero el Señor me hizo comprender que cada historia es única.

Crecí en una familia cristiana, tengo 3 hermanas y nunca nos faltó nada. Siempre participé en la parroquia con mucha alegría y me gustaba estar con los niños. Gracias a un sacerdote conocí la Comunidad a los 16 años. Iba cada tanto a visitar las fraternidades femeninas que estaban cerca de mi casa. Me gustaba estar con las chicas, me recibían bien y sonreían, pero nunca había pensado en entrar en Comunidad ya que no tenía problemas de droga.

Me divertía con mis amigos y cada tanto bebía; me vestía y vivía como me proponía el mundo y pensaba que era normal porque todos lo hacían. A menudo me peleaba con mis padres porque no me dejaban hacer todo lo que quería.

Era testadura y solo pensaba que ellos no me comprendían. Hoy comprendo que era yo la que no entendía y ahora soy más consciente de sus heridas y de su humanidad. Aunque exteriormente parecía que todo estaba bien, en realidad en mi interior me sentía cada vez más sofocada y con mis amigos hacía como que me divertía. Luego del secundario, tenía que hacer una elección. En verdad, no tenía muchas ganas de trabajar o estudiar. Las chicas de la Comunidad hablaban de esta “Escuela de vida” que ayuda a conocerse mejor a una misma. Entonces pensé en ir unos meses a vivir con ellas y así comprenderé lo que quiero en la vida. Pensaba que en casa no estarían de acuerdo con esta elección entonces organicé todo a escondidas. En efecto, al comienzo, mi familia no aceptaba mi elección. Mi padre no quería participar en el encuentro de padres y mi ausencia fue difícil para mis hermanas.

Sin embargo, tenía sed de una vida más sincera y nueva. No quería más sentarme en el bar con mis amigos donde cada uno miraba su celular, como esperando que pasara algo.

Lo que encontré en la Comunidad es lo que me hizo quedarme. Encontré una familia donde se nos escucha, donde se habla y se pelea, pero después se pide perdón y se reconoce los propios errores. Nos ayudamos, nos divertimos sencillamente y sobretodo, rezamos unos por otros. Los primeros meses no veía toda esta riqueza y a menudo me preguntaba: “¿Quién me hizo venir aquí?” después, perseverando en el camino, se me abrieron los ojos.

Gracias a una fe concreta tengo una mirada más positiva de las situaciones y menos juicios. Experimenté la Misericordia de Dios cuando confesé los pecados que más me avergonzaban, pecados que no pensaba siquiera que fueran pecados. Y me sentí más liviana. No me había dado cuenta cuánta basura tenía adentro porque para el mundo yo era una “chica buena que no le hacía mal a nadie.” No basta con no hacer el mal para ser buena. Comprendí que la alegría viene cuando haces algo por el otro, comenzando por pequeños gestos de amor. Este año me enseñaron las chicas a las que hice de “ángel custodio”. Ser para ellas una hermana que, aunque me rechazaban permanecía a su lado, amándolas sin juzgar.

Cuando estaba en Lourdes comprendí que necesitaba ayuda. A veces tenía la tentación de pensar que era mejor que las demás, pero gracias a la verdadera amistad comprendí que a veces era inmadura, y yo deseo ser una mujer madura.

Cuando dejé de pensar que quizá estaba perdiendo el tiempo, que ya no podría estudiar, que ya había perdido mis amigos, o que mis hermanas no me aceptarían tan cambiada… en ese momento el Señor me abrió los ojos y me hizo conocer diversas realidades (discapacitados, ancianos, niños, consagrados)

Hoy sé que un día quiero ser una buena esposa y madre de familia.

Mi familia también cambió: mis padres se llevan bien y rezan juntos, mis hermanas vieron que sigo siendo yo, pero más feliz. ¡Ahora estoy segura que cuando uno sigue su corazón, escuchando la voz de Dios, no se equivoca! Dios tiene proyectos más grandes de lo que podemos imaginar! Dentro de poco partiré a Perú, nunca hubiera pensado que podría ser misionera He recibido un gran don: ¡GRACIAS!

Agradezco el tiempo que pude estar con las hermanas y con Madre Elvira. Agradezco cada mirada suya que penetró en mi corazón y que me habló del amor de Dios por mí!

¡Agradezco de todo corazón a Dios, a Madre Elvira, y a todas las chicas que me escucharon, me amaron, me soportaron y me tuvieron confianza!

Michela