Historia de una fraternidad


Continuamos  contándoles la historia del nacimiento y del desarrollo de las fraternidades. Es un viaje hacia atrás que deseamos compartir para hacerles tocar con la mano las maravillas que Dios obró en estos años en la Comunidad. Nadie hubiera imaginado todo lo que nació de aquel julio de 1983 cuando se inició la aventura del Cenacolo. La mirada al pasado nos enseña a confiar más en Dios, que es el artífice de este maravilloso camino.

Montecastello 2009  Alessandria
El sufrimiento  vivido en la fe  de una familia de Alessandria por un hijo que “voló” prematuramente al cielo   se transformó en “camino de la Providencia” que nos llevó a una casa entre las colinas de Alessandria, justo en el lugar en que Madre Elvira andaba en bicicleta en su infancia y jugaba con sus hermanos y amigos.  Es como un feliz regreso a casa…

Después de perder a su hijo Mateo, a los veinte años, enamorado de la montaña y de la vida, quien “voló” al cielo escalando el Monte Blanco, la familia Seymandi se encuentra con nuestra realidad en una peregrinación a Medjugorje.  En su corazón comienza a germinar un deseo: ‘¡Qué bello sería que la Comunidad abriera una casa en nuestra tierra!’  En el deseo ya se entreveía el posible lugar: una quinta  en el campo, casi abandonada, donde  en el pasado  vivía un amigo querido.  En seguida suceden algunos hechos “providenciales”, que son el signo de que Dios quiere esta realidad: inesperadamente, la granja  se pone en subasta, así, la mano de la Providencia osa  realizar lo que parecía un  lindo sueño.

Así, bendecidos por signos simples y claros de la Providencia, comenzó nuestra aventura en tierra alessandrina.  Partimos de Saluzzo cargados de entusiasmo, víveres y herramientas.  En seguida nos sumergimos en el trabajo que al principio parecía mucho.  La casa, abandonada desde hacía años, estaba rodeada de árboles, arbustos, alfombrada de zarzas y  de hiedra, pero la voluntad de  poner la casa nuevamente limpia y bella fue más  fuerte  que las dificultades iniciales.  La casa era fría, sin calefacción, los caños del agua estaban  “reventados”.  Los trabajos se hicieron a un buen ritmo: paredes para rehacer, trazas para pasar los caños, pisos para  levantar y poner de nuevo, desmalezar todo alrededor de la casa para hacerla más visible y poder “respirar”.  Corríamos mucho sin dejar de lado la oración, el verdadero alimento del corazón, indispensable para enfrentar con paz y confianza  todas las dificultades. 
Al mediodía  comíamos afuera, ya que dentro de la casa era imposible porque estaba todo en obra, y nos reíamos mucho.  Cada tanto pasaba alguien y se detenía en el portón para curiosear, preguntándose quiénes serían esos jóvenes que estaban en esa casa deshabitada durante años y que ahora estaba toda en fermento.  Finalmente cuando se arreglaron las conexiones del  agua, llegó la hora de poder dormir en la casa “nueva” y celebrar la Misa para bendecirla.  Como siempre, terminamos todo a último momento.  Los pocos amigos invitados para la primera Santa Misa ya estaban llegando y nosotros los recibíamos vestidos de trabajo….así, siempre a la carrera nos cambiamos y comenzó la Santa Misa en memoria de Mateo.  El saber que  “providencialmente”  la primera Misa se celebraba justo el día en que hacía  unos  años Mateo había partido al cielo, conmovió a los jóvenes, a su familia y a  todos.  En seguida lo sentimos amigo, cercano y presente. Madre Elvira también estaba presente en este momento histórico de la casa.  Al finalizar la jornada, los padres, un poco preocupados por el frío, nos preguntaron qué pensábamos hacer ya que todavía no había calefacción y el invierno venía “duro”. Respondimos que estaríamos allí de buena gana. 

Tuvimos algunos días en que el agua estaba congelada y la temperatura bajo cero.  Todavía no  funcionaba la caldera  y nadie se atrevía a decir,  luego de una jornada de trabajo intenso,  la clásica frase,:”¡Qué suerte, vamos a la cama!”    Pero a pesar de estos sacrificios, o quizá justamente por ellos, nos levantábamos por la mañana con la moral en alto y felices de lo que nos regalaba el día.  Pasaron  los días y luego de unos meses llegó el momento propicio para la llegada tan deseada del “agua caliente”.  Eran casi las 15 horas del  último día del año y  ya no lo esperábamos más.  Rezamos el Rosario todos juntos y luego, como si nuestra oración hubiera sido escuchada, vemos de lejos el  perfil del camión…y aquí está él, el técnico de la caldera! ¡La fraternidad  explota en un estruendo de  aplausos, de gritos de alegría, de risas  contentas! Organizamos la velada y el mejor regalo fue…¡finalmente el agua caliente!  Qué don para todos nosotros empezar a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, a las que antes nunca les habíamos dado importancia.  Los sacrificios hechos y los que seguimos haciendo son el cemento que amalgama  nuestra  unidad.  Desde el comienzo experimentamos la mano de la  Providencia: algunos obreros que estaban  excavando para la municipalidad se ofrecieron  para ayudarnos en una larga excavación en el patio.  Un amigo nos donó una camioneta con siete lugares y caja volcadora, ideal para nuestros primeros trabajos.  Los amigos del antiguo propietario se acercaban a menudo y nos contaban sus aventuras entre carcajadas y así fueron conociendo nuestra realidad. También los vecinos, luego de mirarnos con “preocupación” los primeros días ahora están felices con nuestra presencia y nos quieren. El Obispo de la Diócesis  se alegró  desde el principio con nuestra presencia  y nos permitió tener a Jesús Eucaristía en nuestra pequeña capillita preparada con mucho amor! Esta casa también es especial para nosotros por otro motivo, que nos  da un poquitín  de orgullo: nuestra Madre Elvira  vivió aquí, en Alessandría,  un largo período de su  infancia y juventud, desde los tres hasta los diecinueve años, en un pequeño pueblito, justo muy cerca de nuestra casa, en el Valle de San Bartolomé, y a menudo nos ha contado que andaba en bicicleta por la calle donde  ahora nació  nuestra casa.  Cuando vino por primera vez a ver esta casa, volvieron a su mente muchísimos recuerdos de su infancia pobre pero feliz. Por eso dijo en seguida que “sí” a esta donación. También para  sus hermanos,  que todavía viven todos en Alessandria, esta casa fue un signo particular: la hermana monja “regresó” a casa  con la obra que Dios hizo nacer a través de ella..  Con los años, la casa tomó forma y belleza y nosotros nos unimos en amistad sincera.  Hay mucho trabajo para hacer todos los días lo que nos permite vivir la vida comunitaria como una familia, con la fatiga, las alegrías y el crecimiento que esto comporta.  Una de nuestras actividades principales es el establo, al comienzo pequeño y estropeado y ahora completamente renovado y ampliado. La Providencia nos trajo algunas vacas y gracias a la leche de cada día, aseguramos el desayuno y  el queso. Criamos cerdos, que  una vez engordados dan carne y embutidos para nuestra fraternidad y para otras. También tenemos gallinas, preciosas por los huevos.  Junto al establo  tenemos la huerta, que  con los años se  hizo uno de los trabajos más importantes y satisfactorios: nos permite tener todo tipo de verdura fresca y poder compartirla con los amigos de la casa.  

El último año otro de los trabajos importantes es el bosque, los árboles derribados son  la fuente de calefacción y también en esto la Providencia no se hizo esperar: gracias a la generosidad de un amigo de la casa tenemos la posibilidad de usufructuar completamente un bosque de su propiedad, no muy lejos de donde vivimos. ¡Gracias a Dios tenemos muchos amigos así!  Nuestra presencia es fuente de testimonios y con los años también recogimos mucha Providencia espiritual. Para empezar nuestro joven obispo Mons. Guido Gallesi, quien el año pasado celebró  la Santa Misa  en el día de la fiesta de la  casa, además de haber venido en algunas oportunidades a comer la pizza a la Comunidad   con sus amigos scouts y a quedarse para la Adoración con nosotros. Además otros sacerdotes  acompañan  nuestro camino espiritual.  Nos sentimos hijos amados porque cada día el amor de las personas honestas y simples que son amigos nos hace sentir que nuestros sacrificios cotidianos tienen un valor  inmenso. Un ‘gracias’  muy grande a la familia Seymandi por haber hecho de su dolor un corazón abierto a la vida de muchos otros hijos. Gracias a la Comunidad por el don de  esta nueva fraternidad, bautizada con el nombre de un joven santo amante de la vida de la montaña, el Beato Piergiorgio Frassati.  Gracias a ti, Mateo, que ya entonces pensabas en nosotros y porque ahora, desde las alturas del cielo, te haces “ángel custodio” para cuidarnos.