HISTORIA DE UNA FRATERNIDAD...

ban

Queridos, continuamos contándoles la historia del nacimiento y desarrollo de nuestras fraternidades.  Es un viaje hacia atrás que deseamos compartir con ustedes para que puedan tocar con sus manos las maravillas que Dios obró en estos años de la Comunidad.  Nadie hubiera imaginado cuántas cosas nacerían de aquel julio del  ’83 en que  se inició la aventura del Cenacolo.  La aventura hacia el pasado nos enseña a confiar cada vez más en Dios, el artífice de este maravilloso camino.
 
Valle de Bravo  -   México    (1999)
Un encuentro providencial: una familia y algunos amigos de México que después de habernos conocido en Medjugorjie, quisieron llevar el Cenacolo a esa tierra.  Por eso buscaron la casa, el terreno y los donaron para dar vida al Cenáculo de Guadalupe…
 
Recuerdo muy bien cuando, tras años de Comunidad, en un diálogo con Madre Elvira le hice un pedido personal por primera vez.  Hacía tres años que vivía en Brasil donde me sentía plenamente realizado en lo que hacía, pero comencé a sentir  el cansancio físico y  el deseo de tomar un respiro. Entonces le pregunté: “Elvira, me gustaría descansar un poco, no  tengo intención de salir de la Comunidad, solo unos días y regreso.”  La respuesta fue: “Sí, no hay ningún problema, pero primero necesito yo  un favor. Estamos abriendo la casa en México, ¿puedes ir con Antonio? Hay un grupo de chicos que vienen de Italia pero no tienen experiencia con niños; te quedas dos o tres meses con ellos y luego te vas a descansar.” Bueno, después de seis años todavía estoy aquí, escribiendo las vivencias y recuerdos de esta trabajosa misión que es  el “Cenáculo de Guadalupe”.
Llegamos a Valle del Bravo en plena noche, no se veía nada; en la entrada de la casa nos esperaba una imagen de la Virgen de Guadalupe iluminada, y al día siguiente tuvimos una gran sorpresa: la casa que nos hospedaba (San José) era bellísima, inmersa en la naturaleza, rodeada de pinos y de bosques seculares, el lugar ideal para rescatar  a los niños que desde su más tierna infancia han vivido en un cruce o en un semáforo de  una ciudad grande,  pidiendo limosna, especialmente los que vienen de Ciudad de México  (2200 metros) a menudo obligados a refugiarse en las  cloacas o alcantarillas de la ciudad.
 
Señalemos que la casa con sus 10 hectáreas de terreno fue donada por la familia Burillo Azcarraga.  El señor Emilio y su mujer Mónica habían conocido a Madre Elvira en Medjugorje unos años antes, lugar de  su conversión, y allí nació en su corazón el deseo de este proyecto.  Todavía hoy nos  siguen ayudando y son los amigos especiales de esta casa.
Los primeros trabajos fueron la limpieza del parque –el lugar estaba deshabitado y  el césped muy crecido- y la organización de la misión.  Una semana después llegó una vaca de Providencia, entonces  sor Elvira decide la construcción del establo: ella misma, junto a  algunos jóvenes comenzaron a amasar  con los pies el barro y el estiércol de caballo para  fabricar los ladrillos; así lo hacía la gente local.  Otro grupo se  dedicó a la reestructuración de una  pequeña casa que había dentro de la propiedad, que todavía hoy es una de las casas de familia (San Pedro).  No había agua potable en las casas; cada mañana dos chicos tenían que caminar casi un kilómetro para llegar a una fuente cercana y  transportarla en ánforas, la gente del pueblo decía que el agua era buenísima.  A las dos semanas estábamos todos con infección intestinal por la contaminación del agua. Solo luego de tres años de insistentes reclamos logramos la conexión con el agua potable.  
Luego de la partida de sor Elvira  estábamos muy entusiasmados y ansiosos porque llegara algún niño, pero recién 4 meses después llegó José, de 13 años, nuestro primer niño, acompañado por una madre desesperada que no lo podía contener más.  José tenía serios problemas de epilepsia y tenía la frente y la cabeza con muchas cicatrices por los golpes que se daba al caer cuando perdía la conciencia.  Verdaderamente era un chico difícil de ayudar y  en efecto, luego de unos meses,  se fue.  Fue una gran desilusión para todos, pero también fue como si Jesús hubiera querido avisarnos  el tipo de niños que nos esperaban.

De allí en adelante la casa  tomó vida, los niños entraban uno detrás de otro, todos más o menos problemáticos, pero capaces de  revolucionar y alegrar la vida de los tíos.  En seguida nace la necesidad de construir la carpintería y la oficina, que servirían para  que los jóvenes más grandes   aprendieran con  esfuerzo un trabajo y para la construcción de todo lo que se haría en adelante.  La fabricación de los ladrillos  ya no era tan arcaica: gracias a una fiel amiga, la señora Fina, que nos facilitó una prensa hidráulica  que facilitó notablemente el trabajo, entonces aprovechamos para hacer una gran cantidad de ladrillos que luego sirvieron para la construcción de otra casa de familia (San Antonio).  Los bellísimos pinos seculares también fueron  providencia: sin abusar mucho, fuimos obligados a usar algunos  para  fabricar  travesaños para los techos, ya que con  las entradas que teníamos apenas podíamos pagar las cuentas de la casa y comprar un mínimo de materiales para poder trabajar.  Los niños  trabajaban con nosotros, mientras que ya comenzamos con algunas carreras y cursos semanales de catequesis y manualidades que dictaban algunas personas de afuera.
Seguramente el buen Dios se conmovía al ver nuestros esfuerzos, especialmente viendo a los niños que nos ayudaban con mucho entusiasmo a transportar a mano la madera verde desde el bosque hasta la obra, ya que todavía no podíamos tener un tractor.
 
En nuestra capillita comenzamos a rezar para una capilla más grande. Un domingo vino una familia que nunca habíamos visto. Luego del consabido paseo para conocer  la Comunidad, nos propusieron financiar y construir una nueva y bellísima capilla.
¡Dicho… y hecho!  La capilla está: es bella, luminosa, grande, en medio de la naturaleza y lo más importante: esta familia continua su fiel amistad con nosotros.
En grandes líneas es esto lo que se hizo en estos años: sabemos que solo fue un medio para transformar muchos corazones que necesitaban conocer el amor de Dios, empezando por nosotros, los tíos, hasta  el más pequeño de los niños que están hoy o que han pasado por  esta  Comunidad.
Seguro que la Virgen de Guadalupe, que desde el primer día nos esperaba en la entrada de la casa, no se preocupó solo por nuestras necesidades materiales, sino por nuestra sanación y nuestra necesidad de encontrar a Dios. Por eso también decimos gracias por la  presencia  preciosa y constante de los Padres Carmelitas, que desde el comienzo nos acompañan espiritualmente, o del grupo de los jóvenes de los Legionarios de Cristo, que vienen a menudo.
Hoy, el “Cenáculo de Guadalupe”, más allá de los tíos y tías,  y de dos familias, viven cuarenta niños, divididos en grupos de casas-familia.  
Quizá alguien, al leer estas líneas, decida donar algún año de su vida para servir a los niños más pobres.  Quisiera agradecer de corazón a todas las personas que  colaboraron con nosotros en estos años, aún de los que  del otro lado del océano confiaron en nosotros sin conocernos