Paolo

 

Paolo Gaviglio

Me llamo Paolo, deseo compartirles que la Comunidad no fue para mí sólo una tabla de salvación sino que hoy es mi familia. Soy feliz de poder testimoniar mi renacimiento a una vida nueva, después de muchos años de juventud pasados en la tristeza y en el vicio, a la búsqueda de un sentido, o mejor dicho, de pertenecer a algo. La infancia, a pesar del trabajo familiar por la separación de mis padres, transcurrió serenamente a la sombra de mis abuelos, que cristianamente, me transmitieron valores sanos con gestos de amor autentico, superando un poco la falta de una familia natural. Los primeros signos de rebelión aparecieron en el colegio, fui a la escuela por obligación y al instituto técnico. En esos años alguna ideología política formó mi yo lo que me llevó a gestos teatrales de rebelión y a comportamientos para llamar la atención. Llegué a recibirme pero mi inestabilidad no me permitía llegar a acomodarme en ninguna parte, a pesar de estar girando de una realidad a otra pasando por lo de parientes y amigos, hasta que me encontré solo, por donde pasaba solo quedaban escombros detrás de mí. Todo estaba condimentado de hábitos y vicios malsanos, de varias dependencias que simplemente aceleraron una situación que ya estaba minada desde la base. En el 2003 mi tía me acompañó al primer encuentro con la Comunidad Cenacolo. De aquel tiempo solo recuerdo la gran confusión que tenía y la debilidad física en que me encontraba: un verdadero calvario. Por milagro fui a todos los coloquios para después entrar en la Comunidad. Luego de las primeras semanas de acostumbramiento, el sentimiento que tenía era: “Por fin un poco de paz”. Pero una paz extraña, que no me dejaba dormir sobre mis heridas, sino que me impulsaba a buscar, primero afuera, y luego, poco a poco, dentro de mí, para caminar, para crecer. No puedo olvidar las atenciones de mi “ángel custodio”, un joven en camino que supo ponerse a mi lado con delicadeza y atención.
Mi resurrección fue el fruto de la gracia de Dios y de muchos años de intensa oración y de trabajo serio. Las poquísimas distracciones y el ritmo veloz de la vida comunitaria me “enderezaron” la columna, reencontrando la dignidad de hombre que había perdido. Hubo dos puntos que fueron el fundamento de mi reconstrucción y que todavía lo son. El primero es la Adoración Eucarística, el segundo es la confianza que me otorgó la Comunidad, sanándome de muchas falsedades, inseguridades y dobleces. El encuentro personal con Cristo, en la oración nocturna, a veces despierto, a veces dormido, me llevó a una dimensión de verdad serena conmigo mismo. Abracé mi historia con paz, descubriendo esa pertenencia a Dios que todavía hoy me recrea, a pesar de mis pobrezas y fragilidad. En la confianza que me dio la Comunidad veo la respuesta concreta y real del amor de Dios por mí. Ese Dios que había dejado de lado durante tantos años y hoy he reencontrado con mucha alegría. Él es la perla preciosa por quien vale la pena vender todo para tenerla para siempre.

Gracias Madre Elvira por tu mirada siempre interesada en la vida, una mirada que me incomoda y me interroga, me confirma y me conforta.