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“Tierra Prometida” se llama nuestra fraternidad de Filipinas; está en la isla de Luzon, en un pequeño “Barangay” de San Fabián, en la región de Pangasinan. Esta fraternidad se abrió gracias a las oraciones de amigos que rezaron durante mucho tiempo para que se abra una casa en Asia. La situación política con respecto a los problemas de dependencia en Filipinas se tornó muy crítica, entonces nació el deseo de abrir una casa aquí, en la bellísima tierra de Filipinas.

La ayuda del Padre Adrián, un sacerdote irlandés amigo de la Comunidad desde hace años, con mucha experiencia en nuestras misiones de Perú y de África, fue indispensable para encontrar el lugar adecuado para comenzar. Fue él quien comenzó a buscar un terreno y podemos decir que la Divina Providencia se hizo presente para ayudarlo. Al pasar por el Santuario de Nuestra Señora de Manaoag se encontró con el Obispo del lugar, J. E. Sócrates Villegas, quien en seguida estuvo dispuesto a ayudar a la Comunidad y propuso un terreno disponible para construir la casa.

En seguida llegó el primer grupo: tres jóvenes con el Padre Adrián, antes de comenzar a construir la casa tuvieron que desmalezar, limpiar y cercar un terreno bastante plano y seguro para la casa; mientras, el Arzobispo hizo construir 4 “Bahai Cubo”, pequeñas casitas hechas de bambú…Los jóvenes fueron bien recibidos por los vecinos del pueblo cercano, donde había una capilla nueva y donde empezaron a encontrar a los primeros amigos de la fraternidad, quienes les hacían conocer la comida de ese lugar, la cultura y los ayudaban a entrar en esta tierra nueva.

Para construir esta casa los vecinos ayudaron y trabajaron con los jóvenes. Se decidió construir una casa provisoria para recibir más jóvenes, que resultó ser una pequeña y simple casita, muy cálida y acogedora, donde todavía vivimos.

Esta casa permitió que llegara un segundo grupo menos de un año después del primero; cuando llegaron se quedaron asombrados de los trabajos hechos en tan poco tiempo y ellos también se instalaron en esta casa. Con el segundo grupo de cinco jóvenes más vino también Don Andrea, y se quedó 2 meses con los jóvenes, dándoles una mano para limpiar bien el entorno y organizar los trabajos futuros

Desde el primer día, el segundo grupo pudo experimentar el clima particular del lugar con un día de lluvia caliente. ¡Fue un momento muy fuerte, todos juntos trabajando, llevando bolsas de arena y de grava desde la entrada hasta la casa, nos permitió conocernos y fue una jornada muy divertida!

Luego de esto, los trabajos fueron poco a poco adelante. Primero vino la capilla, después los baños, un lugar para acomodar las herramientas, los primeros animales…Algo muy bello en este período fue la presencia de quienes trabajaban con nosotros: nuestros vecinos, que trabajando junto a nosotros fueron conociendo nuestra Comunidad. ¡Lo bello de estas personas es que a pesar de la pobreza material son muy generosos y siempre sonrientes, siempre nos dan una lección de vida!

Así fue avanzando la misión, tomando el ritmo y la rutina de una casa comunitaria, la presencia del Padre Adrián fue para nosotros una gran Providencia espiritual, y también Providencia material, así que cuando su período en Filipinas llegó a su fin, rezamos mucho por la Providencia y lo que puedo decir es que también en esta tierra estuvo presente y llena de sorpresas. Pero como dice Madre Elvira, la primera Providencia somos nosotros, y así pudimos hacer crecer nuestro arroz. ¡Una vez más nuestros vecinos nos ayudaron mucho enseñándonos a plantar, cultivar y cosechar el arroz! Es un trabajo exigente pero necesario para comer cada día, el arroz es la principal comida de Filipinas.

Al ser la primera casa de Asia, fue y todavía es muy difícil adaptarse al país, la cultura y el clima…Hasta la huerta es un desafío, con plantas desconocidas para nosotros, plantas de verdura que al principio nos parecían yuyos…Muchas veces limpiando el campo alrededor de la casa con el machete, venían los amigos y nos decían que estábamos cortando plantas que servían para cocinar; estas cosas nos enseñaron a ser más humildes y a pedir consejo a los vecinos! ¡¡Aprender a plantar el arroz fue un hermoso trabajo todos juntos, pero sin ellos no hubiera sido posible!!

 

Para finalizar, diré que fuimos recibidos con los brazos abiertos por la Iglesia de este país, no solo por el Arzobispo sino también por las comunidades religiosas. Es un gran don tener el Seminario muy cerca (5 minutos a pie). Desde el principio nos recibieron con gusto y siempre estuvieron dispuestos para ayudarnos cada vez que lo necesitábamos. Especialmente luego que el Padre Adrian tuvo que regresar a Irlanda y teníamos que ir fuera de casa para celebrar la Misa. Siempre somos bienvenidos, aunque estén celebrando momentos más familiares como cumpleaños, fiestas particulares…También tenemos la fortuna de poder ir a lo de las Hermanas Carmelitas una vez a la semana para la Santa Misa, es un gran don poder compartir la Providencia con ellas.

¡Gracias por sus oraciones, esto es un poco de la grandeza y la belleza de lo que el Señor obra en nuestras vidas en este lugar bendito! Por el Covid y la pandemia estamos esperando para que entren los primeros jóvenes necesitados de nuestra Comunidad. Creemos que nuestro Señor sabe cuándo es el momento mejor… ¡Su amor nunca nos desilusionó!