Marco |
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Hoy puedo agradecer a Dios porque a través de este camino me dio la oportunidad de descubrir quién soy de verdad. Me llamo Marco y hoy estoy feliz porque puedo abrazar a mi vida y ver que yo también soy un “milagro” de Dios! Gracias a la Comunidad pude volver a estimarme, recobré la alegría de vivir y comencé a sonreír. Repensando mi historia reconozco que el Señor me acompañó en todo momento con paciencia, dulzura y misericordia. Vengo de una familia cristiana que siempre me transmitió valores. Mi madre enseñaba en la parroquia y mi padre muchas veces ayudaba en el comité del barrio; a veces también estaban en los grupos de esposos. No tenía mucha unión con mis hermanos; especialmente con el mayor que peleábamos mucho. Hoy me doy cuenta que yo era el más mimado por mis padres, el más protegido, entonces me tenía celos. Siempre me sentí “distinto”, en la escuela me cargaban porque parecía más infantil que ellos; entonces yo me encerraba en mi mundo de dibujos animados y de juguetes con amigos del jardín. En la escuela tenía más amigas que amigos porque me sentía excluido del grupo de los varones y prefería la sensibilidad, la madurez y la profundidad del mundo femenino, aunque para mí era un gran misterio. Por otro lado, tenía una gran fantasía para crear, inventar, construir. Mi madre era una apasionada del arte, mi padre tenía mucha inventiva, ambas cosas acompañaron mi camino: pasé del diseño de arte al diseño de espectáculos, de las lenguas extranjeras a la música. Pero todo escondía una profunda inseguridad y poca estima de mí mismo, también causadas por otros episodios desagradables y heridas que hicieron muy difícil para mí confiar en mí y en los demás. El nacimiento de una hermanita trajo novedad a la familia: fue una relación menos herida y me aferré a ella. Tengo muchos recuerdos bellos, aún cuando fui muy cerrado y egoísta durante años lo que me alejó de mi pasado. La experiencia desde pequeño en los grupos parroquiales dejó en mí el deseo de educación y de servicio. Durante un tiempo enseñé, cantaba en el coro y era voluntario con los discapacitados. Sin embargo me costaba tener amigos y cumplir objetivos. Era bueno y sensible pero inconstante . El primer pasaje concreto de Dios que dejó una impronta fue un período que frecuenté un grupo de misioneros que vivían en abandono total a la Providencia: allí encontré acompañamiento espiritual y muchas amistades limpias, servicio gratuito que me hizo incomodar y vencer el egoísmo. Sin embargo, el mal estaba al acecho y conocía mis debilidades. Se abrieron algunas heridas del pasado en la afectividad que poco a poco fueron ensuciando lo que Dios estaba haciendo de bello conmigo. Primero me encerré en el mundo virtual de internet. Después conocí gente equivocada y comencé a ir a discotecas y ambientes malos. Dejé entrar el mal cada vez más hasta encontrarme en la depresión. Ahí fue que Dios intervino definitivamente.
En el verano 2012 encontré la Comunidad a través de la Virgen: en Medjugorje, en el Festival de los Jóvenes, vi a Madre Elvira por primera vez en el recital Credo y luego en el video presentación de la Comunidad. La fuerza, las palabras, el entusiasmo y la vida de esa hermana me llenaron de esperanza.
En esos días lloré lágrimas de arrepentimiento, alegría y consuelo. Necesitaba un camino para reconstruir mi vida interior y entré en la Comunidad. En la Comunidad los hermanos me ayudaron y acompañaron con paciencia y, paso a paso, fui ordenando mi vida.
A pesar de mi testarudez y de mi orgullo bien acorazado, reconozco que Dios siempre tuvo mucha misericordia de mí. Encontré lo que siempre me había faltado: una elección coherente y constante de vida verdadera, educación para la vida, amistades profundas y sinceras, corrección fraterna, educación al sacrificio y al trabajo, verdad conmigo mismo, oración, reconciliación con la familia. A pesar de que a veces puse resistencia a los pasos del camino comunitario por mi orgullo y por mi convivencia con el dolor, al final el Señor conquistó dulce pero firmemente mi corazón y mi vida cambió. Volví a tener esperanza y Dios puso en mi corzón el deseo de recuperar la figura paterna que había perdido, quería ser ese hombre y ese padre. Todo tomó nuevo color y una nueva motivación, todo me entusiasmaba. La Comunidad me contactó con la otra parte de la humanidad: la mujer, y descubrí la diversidad y la complementariedad; una confrontación que hizo surgir todas mis viejas heridas que las pude sanar gracias a la oración. Hoy sé lo que significa ser un hombre responsable y maduro; descubrí los muchos dones que Dios puso dentro de mí y deseo hacerlos fructificar en el bien.
Quiero amar y servir, también aprender a llevar mis cruces cotidianas dando el valor justo al sufrimiento. Agradezco a mis padres por el don de la vida, porque caminan conmigo y me sostienen. Agradezco a la Comunidad porque aquí me siento en casa, en familia. Abrazo mi vida cada día, me digo que me quiero, que mi vida es un don porque aprendí que esto me sana, me libera y me llena el corazón de alegría. No quiero desperdiciar más mi vida, quiero vivirla a pleno en el servicio. Quiero responder a tanto mal vivido en el pasado con otro tanto de bien en el presente. MARCO