Sebastián

 

Soy Sebastián, vengo de México y tengo 20 años, hace dos años que estoy en la Comunidad. Cuando entré era una persona muy triste y deprimida, no tenía un sentido ni una motivación verdadera para mi vida pues pensaba que el mundo podía darme la felicidad y la alegría que tanto quería. Probé la droga a los 10 años y a los 13 ya me drogaba casi todos los días. Poco a poco mi vida se iba pudriendo y perdía todas las cosas que tenían valor: la escuela, los valores, la gente que realmente me amaba, la confianza de mi familia, la salud física y mental, la alegría, las ganas de vivir, la voluntad y la libertad para ser la persona que realmente quería ser.

Todas estas cosas fueron las que me hicieron bajar mi orgullo y mi soberbia, aceptar que estaba haciendo mal las cosas, que las cosas que me decía mi familia y las personas que me querían eran ciertas; pero el dolor que me causaba todo esto era muy fuerte para mí, entonces decidía seguir mintiendo y drogándome.

Gracias a Dios siempre tuve una familia que me amaba y me apoyaba, me decían la verdad y trataban de ayudarme, gracias a ellos sigo vivo. Llegó un punto en el que el sufrimiento era muy fuerte y no pude más pero no sabía qué hacer, sentía enojo conmigo mismo y que no valía nada. Me di cuenta que tenía que bajar la cabeza y dejarme ayudar por mi familia.

Al principio buscamos la solución en una clínica psiquiátrica y comencé a sentirme un poco mejor; gracias a mi madre me fui acercando a Dios, pero después de seis meses me confié, sentía que ya estaba curado y un día se me presentó la droga. Decidí drogarme de nuevo pensando que no iba a pasar nada pero poco a poco iba decayendo y volví a la clínica, donde no encontraba más la solución.

Entonces mi madre me propuso entrar a la Comunidad. Al principio me incomodaba la idea de irme tanto tiempo a un lugar “encerrado”, pero fui honesto conmigo y me di cuenta que lo único que iba a dejar atrás era el mal. Entonces tomé valor y vine a la Comunidad en Pilar, Argentina, donde encontré una gran escuela de vida.

Al principio fue difícil y no entendía muchas cosas pero sabía que me iba a hacer bien y veía que los chicos que llevaban un tiempo sonreían y eran alegres; vi que eran personas que no tenían miedo de mostrar su personalidad y se aceptaban como eran, que no tenían miedo a equivocarse y si lo hacían seguían adelante. Y yo quería tener todo eso: quería brillar, sonreír… ¡Quería vivir! Daba mis primeros pasos en un camino que me llevaba al perdón, al amor y a Dios; poco a poco iba abriendo mis oídos para escuchar a los hermanos que tenía a mi lado, a mi ángel custodio, de a poco escuchaba la voz de Dios que también a veces me hablaba fuerte y me decía: “¡Escucha en silencio!” o “¡No te justifiques!”… porque seguía siendo orgulloso. Otras veces se quedaba en silencio y me hacía reflexionar.

Era la voz de Dios que se transmitía a través de un chico que había estado en mi lugar y que me quería bien, un chico que amaba sin intereses, solo porque él era igual y cambió, y quería regresar algo de ese amor que había recibido de Dios, de la Comunidad, de Madre Elvira. Gracias a ella hoy tengo una vida nueva, gracias a su amor que también recibió de Dios y que es tan grande que llegó hasta el otro lado del mundo, a mi continente, y sin conocerla cara a cara, su amor llega a mi corazón gracias a otros chicos que educó para que me educaran y para que después yo pueda educar.

Sé que ella habita en todas las casas: está en las catequesis, en las palabras de mis hermanos, en nuestra forma de vivir, en la oración, en nuestra alegría, en nuestra sonrisa y también en nuestra dificultad. Ella buscó a los pecadores y equivocados para brindarnos su amor. Ella está en Dios y Dios en ella, gracias a eso yo tengo la oportunidad de sentir ese amor que voy dejando entrar en mi corazón; a veces me caigo y me cierro porque sigo siendo pecador pero gracias a la fuerza y a la misericordia de Dios puedo levantarme y seguir adelante, aprendiendo de mis errores. Puedo ver que tengo muchas cosas buenas por delante y a pesar de todo lo que hice en el pasado puedo ser una mejor persona. Todos los días me perdono y me acepto, acepto a los demás, voy fortaleciendo mi carácter y mi libertad.

Estoy muy agradecido a Dios, a la vida, a la Comunidad, a Madre Elvira, a todas las personas que me ayudaron en el camino, especialmente a mi madre y a mi familia. ¡Gracias por la Comunidad en mi vida!

Sebastián